A últimos del mes de abril de 1899, era víctima de cruel enfermedad clasificada por los doctores de meningitis el niño D. Juan Antonio Fuster y Valiente de siete años de edad, hijo de los Sres. D. Juan Antonio Fuster y Recio y Dña. Teresa Valiente y Ruiz, consortes y vecinos de esta Iglesia de San Jaime.
Se habían apurado todos los recursos y remedios que la ciencia prescribe para aquella terrible enfermedad. Hábiles médicos como D. Tomás Darder y D. Francisco Sancho habían hecho cuanto su ciencia y vivísimos deseos de aliviar al paciente les habían sugerido. Pero a pesar de todos sus esfuerzos la enfermedad se hizo refractaria a todo y el pobre niño se acercaba por momentos a la muerte.
Los médicos desesperados ya de poder salvar al enfermo determinaron le fuese suministrada la “Sagrada extremaunción”, único sacramento que podría recibir el paciente. Los mismos médicos decían que se acercaba el desenlace fatal. Decían los médicos que aún cuando, por raro acontecimiento, convaleciera el enfermo quedaría trastornado de cabeza toda su vida. Pero ni aún este deficiente resultado de las medicinas se vislumbró, pues el niño iba a morir y en este concepto los mismos facultativos manifestaron que era por demás dar medicina al enfermo y le prescribieron una para hacerle la muerte menos sensible.
En estas azarosas circunstancias, estando ya el enfermo en la agonía y habiéndole leído la recomendación del alma, oyeron que el moribundo que antes ya no hablaba decía con voz ronca “¡San Antonio, San Antonio!”.
Su Sra. madre, que estaba hecha un mar de lágrimas, estaba a su lado para recoger sus últimos suspiros, oyendo que el niño balbuceaba el nombre de San Antonio, admirada de lo que decía, le dijo “¿Hijo mío quieres que recemos un Padre Nuestro al Santo”? Y el niño ¡oh rara maravilla! contestó con voz algo confusa al Padre Nuestro que la madre rezó al salvador de su hijo.
En medio del alborozo que las circunstancias causaran tan repentina mudanza llevaron al niño una figura de San Antonio que éste abrazó dándole dulces besos.
Aquella conmovedora escena pasaba al anochecer del domingo 30 de abril de 1899 y pasó aquella noche con notable tranquilidad, en términos que a la mañana siguiente lo hallaron los médicos, con increíble sorpresa, mejorado y tanto adelantó su mejoría en todo aquel día que el siguiente lo declararon los médicos fuera de todo peligro. Continuando la convalecencia con tan buen estado que ni siquiera en la cabeza tuvo el menor vestigio de la gravísima enfermedad que sufriera.
Los padres del venturoso niño y él mismo, pues ya tiene más de siete años, y cuántas personas conocieron el hecho referido lo atribuyeron a un milagro obrado por San Antonio de Padua a favor de tan feliz devoto suyo.
Se ha sabido después que el niño Juan Antonio Fuster Valiente era muy devoto de San Antonio de Padua, cosa admirable en tan tierna edad. Lo prueba el siguiente hecho: cuando estaba bien, al regresar de la escuela, se desprendía de la mano del criado de su casa, que le acompañaba, y entraba en esta iglesia de San Jaime, frente a la cual está la casa del niño, y dirigiéndose, con infantil candor a la figura que aquí se venera de S. Antonio de Padua, oraba al Santo.
Esta relación es exactamente fiel en todas sus circunstancias al hecho portentoso que tuvo lugar el día 30 de abril último, 4º domingo después de Pascua, en la casa nº 35 de la calle de San Jaime de esta parroquia de mi cargo.
Buenaventura Barceló
Párroco de San Jaime.